Hna. Mª Presentación López Vivar
Nací en Tobar (Burgos) en el seno de una familia cristiana. Mis padres eren cristianos convencidos, sobre todo mi madre, una mujer muy religiosa y de gran fe. Tengo dos hermanos y una hermana.
Mi vocación nació en mí de forma espontánea. Puedo decir que creció conmigo desde la infancia. Me sentía atraída hacia la Vida Religiosa, alimentada esta inclinación al ver y oír a mis tías y una prima que eran Religiosas Hospitalarias. También me influía la lectura asidua de una hoja dominical, titulada "El Buen Amigo" que iba relatando la historia de un misionero. En realidad no se si esta lectura me influenciaba, o yo la leía porque estaba convencida de mi vocación y en esa lectura veía de alguna forma reflejada lo que yo quería que fuese mi vida.
Un día pasó por el pueblo una Religiosa, "Hermana de San José de Gerona", preguntando abiertamente si "había chicas que quisieran ser monjas". Mi madre, que conocía mis inclinaciones, fue enseguida a buscarme, (pues también le hacía ilusión tener una hija religiosa) y al decir yo que sí estaba dispuesta, fue con la Hermana y me presentó a ella. Después de hacerme unas cuantas preguntas, le pareció correcto lo que yo decía y fui admitida al colegio de Barcelona, desde donde se hacía la preparación para futuras religiosas. Yo estaba para cumplir 12 años cuando fui a Barcelona a la "Escuela Apostólica".
Éramos 4 niñas del pueblo a lo que se añadieron otras de pueblos cercanos hasta formar un grupo de 18. El dejar a mi familia me costó. Sentía que "me dolía el alma". Al llegar a Barcelona y encontrar un grupo numeroso de jóvenes y niñas, más o menos como yo, que tenían vocación religiosa, me animé mucho y en poco tiempo me acostumbré al ambiente y las prácticas del colegio. Me gustaban también mucho los juegos y los cantos que aprendíamos. Pero el recuerdo de mis padres y hermanos, persistía siempre.
Otra cosa que me gustaba y me llenaba mucho era asistir a la misa y otros rezos que hacíamos las "Aspirantes", como éramos llamadas, sobre todo cuando era junto a las Hermanas profesas. Todo me gustaba, aunque seguía recordando mucho a mis padres. El amor a mi familia no ha decaído nunca, pero la atracción en el seguimiento de Jesús era tan fuerte, que no dudé nunca de que ese era mi lugar en el mundo. Asistir a los enfermos, a los que sufren, era mi objetivo primero y hacerlo como Jesús lo hacía en el Evangelio lo que más me motivaba. Todas las dificultades se me hacían llevaderas con tal de conseguir mi objetivo.
Ya más mayor, durante el Postulantado y más intensamente en el Noviciado, fui valorando sopesando la autenticidad de mi vocación y fui reafirmándome en ella. Lo que supuso para mí una gran ayuda, fue las enseñanzas de la Madre Maestra, que con gran sencillez -propio de ella- nos inculcaba el amor y la fidelidad a Cristo.
Después durante el tiempo de Votos Temporales, inmersa entre los estudios y el trabajo apostólico, fui madurando en mi opción, ayudada y estimulada por las enseñanzas y los ejemplos de las Hermanas mayores. Estas vivencias me han afianzado en la fidelidad a Cristo que he perseguido siempre. He estado siempre realizando mi labor apostólica con los enfermos. En los primeros años en Barcelona, Madrid, y en algunos lugares de Francia, donde pude aprender bien el francés.
Mi vocación misionera estuvo siempre conmigo, pero no fue hasta 1975 que nuestro Instituto incorporó las Misiones en África, aunque ya hacía muchos años que estábamos en países de América Latina. Se pidió voluntarias para ir a África, y entre las primeras que se ofrecieron estaba yo.
Primero estuve en Guinea Ecuatorial por espacio de 2 años, vine a España porque mi madre enfermó gravemente y ya no regresé a Guinea. En 1995 fui destinada a la República Democrática del Congo, a Rubare, con toda ilusión me incorporaba de nuevo a la tarea misionera, como enfermera en "Mi rincón de Rubare"; tenía sus encantos -aunque también sus desencantos- pero para mi era un lugar maravilloso. Un lago grandísimo (el lago Kivu) flores, árboles enormes, cafetales, la cadena de volcanes. Estos eran los encantos. Pero tenía también sus "desencantos" las chozas en la que vive la gente, allí apiñadas por falta de terreno. La inmensa pobreza de la gente, todos descalzos, como vestidos unos harapos, llenos de llagas, de tiña y otras enfermedades más graves, malaria, cólera...Era asombroso, en contraposición con la riqueza del país: rico geográficamente, petróleo, maderas nobles, el suelo produce dos cosechas anuales, los lagos, los minerales. Y como contraste la miseria y la falta de satisfacer las necesites básicas de la población. ¡Cuánto trabajo que hacer! Y ¡qué impotencia y sufrimiento el poder hacer tan poco!
Sí, pero tiene también sus compensaciones: ver a la gente que con poco se contenta. Lo felices que eran ante la conclusión de un pequeño proyecto de ayuda al desarrollo. Son alegres, cuando están enfermos no se quejan y soportan el dolor con gran valentía. ¿Están acostumbrados? (¿Se puede acostumbrar una persona a sufrir...?) Son muy agradecidos, con frecuencia ante el menor servicio, te dicen "que Dios le bendiga".
Nuestra Comunidad está formada por cuatro Hermanas, tres trabajamos en el "Centro de Salud San José" y la otra es maestra e imparte clases en un colegio cercano.
Alguien me preguntó si sabía que estaba en una zona de peligro. Lo supe antes de ir. Mirando el mapa con uno de mis hermanos me dijo: ¿Sabes que vas a la línea de fuego? Y fui. Por dos veces he visto de cerca el peligro, pero siempre me confié en el Señor y reafirmé la certeza de que nada me ocurriría sin estar Él conmigo. Así llegó el día 28 de octubre del 2008. Y a Él me confié. Eso me daba fuerza, confianza, y yo creo que alejaba el miedo. Le doy infinitas gracias porque no me ha abandonado, como yo sabía, y me permite seguir viviendo para dar testimonio de que es un Dios Providente que nunca nos deja de su mano.
De mis tres hermanos, añadir, que uno está en una residencia de personas mayores; mi hermana es monja, Clarisa de clausura, y el otro hermano es padre de familia.
Con la ayuda de Dios, todo lo puedo.